martes, 9 de junio de 2009

lunes, 8 de junio de 2009

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo B

«Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre»

Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8

«Vino, pues, Moisés y refirió al pueblo todas las palabras de Yahveh y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió a una voz: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Yahveh”. Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahveh; y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel.

Luego mandó a algunos jóvenes, de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahveh. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh”. Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras”».

Lectura de la carta a los Hebreos 9,11-15

«Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna.

Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida».

Lectura del Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22- 26

«El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?” Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros”.

Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”. Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El tema central que nos ocupa en esta solemnidad del Corpus Christi es la Alianza de Dios con los hombres. El pacto de Dios con el pueblo de Israel queda sellado en el Sinaí, por mediación de Moisés, con la sangre de los animales (Primera Lectura). La nueva Alianza se sella también con la sangre de la víctima; pero aquí quien se ofrece es Jesucristo, sumo Sacerdote y Mediador (Segunda Lectura). En la Última Cena, Cristo anticipa sacramentalmente su oblación, y establece, por medio de su Cuerpo y de su Sangre, la nueva y definitiva Alianza; aquella que nos revela el rostro misericordioso de Dios y la salvación del género humano (Evangelio).

 ¿Cuándo comenzó la fiesta del Corpus?

La fiesta del Corpus Christi se celebró por primera vez en la diócesis de Lieja, Bélgica (1246); y entró en el misal romano para la Iglesia universal en el mismo siglo XII, con el esquema litúrgico de Santo Tomás de Aquino. La causa inmediata que determinó a Urbano IV en 1246 establecer oficialmente esta fiesta fue un hecho extraordinario ocurrido en 1263 en Orvieto, Italia, cerca de Bolsena, donde se encontraba el Papa ocasionalmente. Sucedió que un sacerdote, con fuertes dudas sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía, mientras celebraba la Santa Misa, vio caer de la Hostia consagrada borbotones de sangre que tiñeron de rojo el corporal que actualmente se venera en la bellísima catedral de Orvieto que fue construida especialmente para este fin.

 La Alianza del Sinaí

El texto del Éxodo es particularmente importante porque formaliza de modo solemne la alianza entre Dios y su pueblo. En realidad, la historia de la alianza se confunde con la historia de la salvación. Esta alianza ya existía antes de que fuera consagrada en el Sinaí. Recordemos que ya había sido prometida a Noé después del diluvio: «Pero contigo estableceré mi alianza» (Ver Gen 6,18; 9,9-17), y había sido concertada con Abraham de manera solemne: «Aquel día firmó Yahveh una Alianza con Abraham» (Ver Gen 15,18; 17,2-21). Dios ya había obrado maravillas en favor del pueblo de Israel y lo había liberado de la esclavitud de Egipto. Sin embargo, es en el Sinaí donde el pueblo acepta la alianza y se compromete a obedecerla de modo solemne. El Señor lo conduce al desierto y lo lleva a la montaña para concluir su pacto. La iniciativa siempre es de Dios. Moisés, el mediador, hace lectura ante el pueblo de la ley (los mandamientos) que son el contenido de la alianza que el Señor establece con su pueblo. El pueblo, por su parte, se compromete a observar todo aquello que le manda el Señor.

Moisés se levanta temprano erige un altar con las doce piedras que simbolizan las doce tribus de Israel. Se ofrecen los sacrificios y se vierte la sangre de las víctimas sobre el altar y se rocía al pueblo. Conviene comprender bien el alcance de este rito. La inmolación de una víctima podía ser de dos formas: el holocausto, es decir, la víctima era totalmente consumida por el fuego; y el sacrificio pacífico o de comunión en el que la víctima sacrificada se dividía en dos, una se ofrecía a Yahveh y la otra la consumía el oferente. En el Sinaí tienen lugar los dos sacrificios. Con el holocausto se establecía, por una parte, la primacía de Dios sobre todo lo creado; con el sacrificio pacífico, por otra, se establecía la comunión que el hombre tenía con Dios por medio de la participación de la ofrenda. Conviene indicar que el rito de la sangre, que nos puede parecer extraño y causar repulsa, tiene un significado muy positivo. Los antiguos pensaban que en la sangre estaba la vida. Dar la sangre equivalía a dar la vida. Así, cuando la víctima es sacrificada -se ofrece la víctima a Dios-, Dios responde dando la vida. El sacrificio, implica ciertamente una oblación, una muerte, pero su contenido más profundo es dar la vida. El rito de la aspersión de la sangre significa, por tanto, la respuesta de Dios al sacrificio que se ha ofrecido y al compromiso del pueblo de observar los mandamientos: Dios responde comunicando la vida.

 La Nueva Alianza

La alianza del Sinaí encuentra su culminación y perfección en la nueva alianza que Dios establece con los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. La carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio perfecto. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. La alianza ha llegado a su máxima expresión. Ya no es la sangre de animales la que ofrece el sacerdote en el «santo de los santos» , ahora es la sangre misma de Cristo, sumo sacerdote, la que se ofrece. Jesús, el Verbo Encarnado, habiendo muerto y resucitado ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo y está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos en adopción.

 La institución de la Alianza definitiva

En la Última Cena se anticipa sacramentalmente al sacrificio de Cristo en la cruz que será el ofrecimiento definitivo y fundará la alianza definitiva. La sangre que Cristo ofrece en el cáliz es la sangre de la alianza que será derramada por muchos, es decir, en lenguaje semítico, por todos. En esta cena se evoca la liberación de Egipto y la estipulación de la alianza del Sinaí. Esta alianza no era entre «dos partes iguales». Dios mismo se comprometía en favor de su pueblo. El pueblo, por su parte, se comprometía a observar los mandamientos. Con la sangre de Cristo se establece la nueva y definitiva alianza. En su sangre, en el don de su vida, se manifiesta el amor del Padre por el mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Por medio de esta sangre los hombres son liberados de la esclavitud del pecado, absueltos de sus culpas y reconciliados con el Padre. Dios se compromete a manifestar siempre su amor, su «hesed» (misericordia). Ahora el hombre tiene abierto el camino de la conversión y de la vida eterna. En el sacramento de la Eucaristía Jesús no solamente se queda con sus discípulos, sino que funda con ellos su comunión con Dios. Esto nos recuerda un hermoso texto del famoso libro «Imitación de Cristo» de Tomas de Kempis: «La comunión aparta del mal y reafirma en el bien; si ahora que comulgo o celebro tus misterios con tanta frecuencia soy negligente y desanimado ¿qué pasaría si no recibiera este tónico y no acudiera a tan gran ayuda?».

 Una palabra del Santo Padre:

«El manjar eucarístico contie¬ne, como todos saben, «verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la san¬gre, junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo» (Trento, 13-1). No es, pues, de admirar que la Iglesia, ya desde sus principios, haya adorado el cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, como se ve por los mismos ritos del augusto sacrificio, en los cuales se manda a los ministros sagrados que, de rodillas, o con reverencias profundas, adoren al Santísimo Sacramento. Los sagrados concilios ense¬ñan que, por tradición, la Iglesia, des¬de sus comienzos, venera «con una sola adoración al Verbo de Dios encarnado y a su propia carne» (Constantinopla II y otros); y San Agustín afirma: «Nadie coma aquella carne sin antes adorarla», añadiendo que no sólo no pecamos adorándola, sino que pecamos no adorándola (Enarrat. in Psalm. 97,9).

De estos principios doctrinales nació el culto eucarístico de adoración, el cual poco a poco fue creciendo como cosa distinta del sacrificio. La conser¬vación de las sagradas especies para los enfermos y para cuantos estuviesen en peligro de muerte trajo consigo la lau¬dable costumbre de adorar este celes¬tial alimento reservado en los tem¬plos. Este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento, y se distingue de los de¬más en que no sólo engendra la gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo autor de ella. Cuando, pues, la Iglesia nos manda adorar a Cristo escondido bajo los velos eucarísticos y pedirle los dones espirituales y tempo¬rales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su ín-tima familiaridad».
Pío XII. Encíclica Mediator Dei et hominum. 20 de noviembre de 1947.

 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. ¿Cómo vivo mi relación con el Santísimo Sacramento?¿Me doy el tiempo para visitarlo a lo largo de la semana o me digo a mí mismo que no me alcanza el tiempo?

2. ¿Voy con mi familia a misa los domingos? ¿Soy ejemplo para ellos?¿Soy constante?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1356 – 1405.

Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo B

«Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

(tomado de Meditación Dominical meditacion-dominical-subscribe@googlegroups.com)

Lectura de libro de Hechos de los Apóstoles 4, 8 - 12


«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que Yahveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días la tierra que Yahveh tu Dios te da para siempre».

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 8, 14 -17

«En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados».

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 28, 16-20

«Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.»

 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

¿Cómo es Dios? La Iglesia nos propone, para este domingo, la contemplación central de la fe: el misterio trinitario. Misterio que, sin duda, va más allá de nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La Primera Lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay Dios fuera de él. Los ídolos de los pueblos circunvecinos son nada. Por eso, nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo.

En la Segunda Lectura, San Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios de Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, amor, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios que nos hace realmente «hijos de Dios». Finalmente en el Santo Evangelio leemos las palabras de Jesucristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado.
 «Yahveh es el único Dios...y no hay otro

El libro del Deuteronomio es el último libro del Pentateuco. Literalmente significa «segunda ley» y es dada en la parte central de este libro (ver Deut 12 - 25, 15). Constituye el llamado «Código deuteronomista» y está formado por un conjunto de leyes civiles y religiosas. El autor recuerda las grandes gestas de Israel y exhorta con vehemencia la fidelidad a Yahvé. El primer gran discurso de Moisés es un resumen de la historia de Israel desde su instancia en el Sinaí hasta su llegada al Jordán (1-3). El texto de este domingo insiste particularmente en la elección divina tomando como tema central el cuidado de Dios para con su pueblo. En retribución de la «tierra (prometida) que Yahveh tu Dios te da para siempre», Dios exige una fidelidad en «el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra» que se manifiesta en el guardar los preceptos y los mandamientos.

 El Bautismo

El Evangelio es el pasaje es el final de San Mateo. Los once apóstoles (ya Judas se había ahorcado. Ver Mt 27,5) se dirigen a un monte para recibir las últimas indicaciones del Señor. Unos «lo adoraron algunos, sin embargo (todavía) dudaron». Ciertamente fueron más de dos o tres del total de once. La verdad es que la Resurrección de Jesús se impuso a ellos después de muchas pruebas como leemos en el libro de los Hechos: «A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios»(Hch 1,3). Pero cuando se abren a la acción transformadora del Espíritu Santo son capaces dar la vida proclamando la Resurrección del Maestro.

Jesús se despide de sus apóstoles y les deja la misión hacer discípulos suyos «a todas las gentes». ¿Cómo se logra esto? Dos condiciones: el Bautismo y la enseñanza. Ambas condiciones son administradas por la Iglesia. Todo discípulo debe de recibir ambas cosas de la Iglesia. El Bautismo se administra «en el nombre», en singu¬lar; pero este nombre único se abre en un abanico de tres Perso¬nas, no de tres nombres. Es porque «el nombre» indica la sustancia de una cosa. Y en Dios ésta es única. La sustan¬cia divina es estrictamente una. Por eso los cris¬tianos somos estricta¬mente monoteís¬tas. Pero, siendo administrado el Bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, por él se adquie¬re una relación personal no sólo con Cristo - «haced discí¬pu¬los mios» -, sino con cada una de las tres Personas divinas. El bautizado es adoptado como hijo del Padre, como hermano de Cristo y coheredero con él, y como receptor del don del Espíritu Santo que crea la comunión entre el Padre y el Hijo y entre los hijos adoptivos de Dios. Puesto que todos los fieles, de entre todos los pueblos de la tierra, entran en la Igle¬sia por medio del Bautismo administrado en nombre de la Trinidad, por eso el Concilio Vaticano II, usando la antigua fórmula de San Cipriano, define a la Iglesia como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (L.G. 4).

El Credo es la profesión de fe en la Santísima Trinidad y recibió su estructura trinitaria del mismo Jesucristo. El Credo tiene su origen en el mandato misionero de Jesús a los apóstoles que justamente son llamados de «apóstoles» ya que eso es lo que exactamente quiere decir la palabra en griego: «enviados». Sabemos que el bautismo, que ya existía antes de Cristo, significa «sumergir», es decir era un «baño ritual». Ya lo practicaba Juan el Bautista, como lo atestiguan los Evangelios. Jesús manda a sus apóstoles a hacer discípulos suyos bautizándolos; pero la originalidad del bautismo cristiano está en el hecho de que hay que hacerlo en el nombre de la Santísima Trinidad.

¿Esto exactamente que quiere decir? ¿Qué quiere decir el «bautizar en el nombre de...»? Recordemos que la primera profesión de fe es la que busca responder a la pregunta hecha por el mismo Jesucristo: «¿quién dicen que yo soy?» Pedro se adelanta y manifiesta «Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Veamos los pasajes de Hechos de los Apóstoles 2,37 - 38 y 8,36 -37, donde en ambos casos se bautiza «en el nombre de Jesucristo». Se trata, en estos casos, de ser «bañado» confesando la fe en Jesucristo.

Pero Jesús va más allá y nos revela su identidad dentro del misterio insondable de la vida íntima de Dios: «El Padre y yo somos uno...el que me ve a mí, ve al Padre» (Jn 10, 30; 14,9). Por otro lado Jesús es reconocido como Hijo y enviado del Padre porque sobre Él reposa el Espíritu Santo; Él posee el Espíritu y lo comunica sin medida (Jn 2,33; 3,34). Por eso la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es la fe en Jesucristo, pero expresando el misterio Trinitario de su Persona en forma más explícita: Él es la Segunda Persona de la Trinidad.

 Hijos en el Hijo...

La carta a los Romanos es considerada una de las cuatro grandes epístolas de San Pablo (junto con las dos epístolas a los Corintios y la carta a los Gálatas). Fue escrita en el año 57, antes de la Pascua, en la ciudad de Corinto y se dirige a la comunidad cristiana de Roma, de la cual Pablo fue co- fundador con el apóstol San Pedro. San Pablo se dirige de manera especial a los judíos cristianos abordando el tema de la justificación que el Señor Jesús nos ha traído. Después de la advertencia que pone ante los romanos la alternativa de una muerte o una vida eterna , San Pablo describe las características esenciales de la vida cristiana. El Espíritu que habita en los fieles establece entre ellos y Dios una relación nueva, de manera tal, que somos verdaderamente hijos de Dios y Dios nos trata como tales. El Espíritu que recibimos por el Bautismo nos hace ser hijos en el Hijo y herederos del reino eterno; huyendo así del temor, del miedo, de la incertidumbre. Reconociendo nuestra nueva dignidad, hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.

 Una palabra del Santo Padre:

«En virtud de esta armonía en el ser y en el obrar tanto con sus palabras co¬mo con sus obras, Jesús revela al Padre: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1, 18). La «predilec¬ción» de que goza Cristo es proclamada en su bautismo, según la narración de los evangelios sinópticos (cf. Mc 1, 11 Mt 3, 17; Lc 3, 22). El evangelista san Juan la remonta a su raíz trinitaria, o sea, a la misteriosa existencia del Verbo «con» el Padre (cf. Jn 1, 1), que lo ha engendrado en la eternidad. Partiendo del Hijo, la reflexión del Nuevo Testamento, y después la teología enraizada en ella, han profundizado el misterio de la «paternidad» de Dios. El Padre es el que en la vida trinitaria constituye el principio absoluto, el que no tiene origen y del que brota la vida divina. La unidad de las tres personas es comunión de la única esencia divina, pero en el dinamismo de relaciones recí¬procas que tienen en el Padre su fuente y su fundamento. «El Padre es el que engendra; el Hijo, el que es engendrado, y el Espíritu Santo, el que procede» (Concilio lateranense IV: Denzinger-¬Schonmetzer, 804).

De este misterio, que supera infini¬tamente nuestra inteligencia, el apóstol san Juan nos ofrece una clave, cuando proclama en la primera carta: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Este vértice de la re¬velación indica que Dios es ágape, o sea, don gratuito y total de sí, del que Cristo nos dio testimonio especialmente con su muerte en la cruz. En el sacrificio de Cristo, se revela el amor infinito del Pa¬dre al mundo (cf. Jn 3, 16; Rm 5, 8). La capacidad de amar infinitamente, entre¬gándose sin reservas y sin medida, es propia de Dios. En virtud de su ser Amor, él, antes aún de la libre creación del mundo, es Padre en la misma vida divina: Padre amante que engendra al Hijo amado y da origen con él al Espíri¬tu Santo, la Persona Amor, vínculo recíproco de comunión. Basándose en esto, la fe cristiana comprende la igualdad de las tres perso¬nas divinas: el Hijo y el Espíritu son iguales al Padre, no como principios au¬tónomos, como si fueran tres dioses, si¬no en cuanto reciben del Padre toda la vida divina, distinguiéndose de él y recí¬procamente sólo en la diversidad de las relaciones (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 254)».

Misterio sublime, misterio de amor, misterio inefable, frente al cual la pala¬bra debe ceder su lugar al silencio de la admiración y de la adoración. Misterio divino que nos interpela y conmueve, porque por gracia se nos ha ofrecido la participación en la vida trinitaria, a tra¬vés de la encarnación redentora del Ver¬bo y el don del Espíritu Santo: «Si algu¬no me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23). Así, la reciprocidad entre el Padre y el Hijo llega a ser para nosotros, cre¬yentes, el principio de una vida nueva, que nos permite participar en la misma plenitud de la vida divina: «Quien con¬fiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios» (1 Jn 4, 15). Las criaturas viven el dinamismo de la vida trinitaria, de manera que todo con¬verge en el Padre, mediante Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esto es lo que su¬braya el Catecismo de la Iglesia católi¬ca: «Toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo» (n. 259)».

Juan Pablo II. Catequesis del 10 marzo de 1999.

 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana

1. Decir que creo en un solo Dios puede parecer una pregunta inutíl, sin embargo muchas veces ponemos nuestra seguridad el «falsos diocesillos».¿Cuáles son mis «diocesillos»? ¿Tal vez sea ciertas supersticiones, horóscopos, etc? ¿Podrían ser tal vez el dinero, la fama, el consumismo, la seguridad material? ¿El poder, el placer egoísta?¿El «qué dirán» o el «quedar bien»?

2.¿Vivo de acuerdo a mi dignidad de hijo en el Hijo?¿Me respeto y respeto a mis hermanos?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 232 – 260.