viernes, 22 de octubre de 2010

SANTORAL: 22 DE OCTUBRE "SAN ABERCIO DE HIERÁPOLIS" (¿?-¿200?)


SANTORAL: 22 DE OCTUBRE "SAN ABERCIO DE HIERÁPOLIS" (¿?-¿200?)
Nació probablemente en el primer cuarto del siglo II, en algún lugar del Imperio Romano.

De San Abercio conocemos su nombre romano, Abericus Marcellus, y que fue obispo de Hierápolis, capital de Frigia, lo que actualmente es una ciudad en ruinas cerca de Pamukkale, en Turqu...ía.

La tradición cuenta que a los 72 años de edad fue llamado a Roma por el emperador Marco Aurelio para que exorcizara a su hija Lucilla de unos demonios que la habían poseído.

El éxito en esta labor es el tema de una biografía de San Abercio de Hierápolis escrita en el siglo IV, en la cual se mezclan hechos fantásticos y actos que conocemos de la vida de otros santos.

Por lo anterior, durante muchos siglos se creyó que San Abercio había existido únicamente en la leyenda.
Sin embargo, en 1882 el arqueólogo William Ramsay descubrió los fragmentos de un epitafio, que logró reconstruir.

La pieza arqueológica, donada al papa León XIII con motivo de su Jubileo, es sin duda anterior al año 216, y presenta uno de los textos más preciados para la historia de la Cristiandad, pues se trata de un testimonio patente de la difusión de la fe en esa época tan remota.

El epitafio fue redactado por el propio San Abercio antes de morir, y en él describe a grandes rasgos su origen, su vida, su llamado a Roma y los viajes que realizó hasta las llanuras de Siria y el Éufrates: “…llevando a [San] Pablo conmigo, la fe fue mi guía en todas partes…”.
Una de las partes más conocidas de este tesoro, que se encuentra actualmente en el Museo della Civiltà Romana, dice más o menos: “Soy discípulo del casto pastor que lleva a pastar a su grey de ovejas por montes y por llanos.”

Obispo Octubre 22

Algunos que sólo ven lo que ven tienen la manía de poner en tela de juicio todo aquello que escapa a su visión y así les va por la vida; no ven más allá de sus narices y se pasan el tiempo mostrando una aversión malsana contra todo lo que no pueden experimentar, pesar, medir, tocar, meter bajo la lente del microscopio, o aplicar la prueba del carbono 14. Se podría decir que son unos desconfiados.



Si tengo que hablar de cómo se comportan con la Iglesia, afirmo que son terribles, implacables. Y es que según su modo de pensar (dicen que no hay realidad que no pueda explicarse por la razón), acaban sin llegar a conocerla de modo completo, ya que ella es sobrenatural en su comienzo, en su misión, en sus medios, y en su fin. ¡Cómo se va a explicar al Espíritu Santo y toda su acción con la limitada cabeza de los hombres! A lo más que llegan es a dar una visión parcial -por tanto equivocada y errónea- de la Iglesia que se ve: dirán que es un grupo filantrópico, o un club de ingenuos que se dejan engañar, una rama de discapacitados a punto de extinguirse, cuando no un grupo de presión al servicio de no se sabe qué fuerzas políticas o intereses de los hombres.



Al toparse con la realidad de los santos se pierden, porque algunas de las reacciones de estos hombres y mujeres, sus modos de vivir, incluso esas realidades que se llaman milagros que algunos de ellos hicieron, son imposibles de encorsetarse dentro de los moldes comunes con los que uno de ordinario se maneja. No tienen remedio. Y mira que los veinte siglos que se les lleva de delantera por el mundo podía ser ya una razón que les diera garantía. Pero no les valen las razones. Esta casta de sabihondos racionalistas los hubo antes y los hay ahora. No aprenden.



Dicen que valoran la razón y, a veces, lo que termina por suceder es que, en su empecinamiento, acaban por decidir en contra de la misma razón.



Y si no, veamos lo que pasó con San Abercio.



Fue un Obispo de Hierápolis en la segunda mitad del siglo II y comienzos del III. Allí desempeñó su misión de pastoreo de sus fieles, aunque trotó algo por el mundo también. Fue tan celoso de los intereses de Dios y tan enamorado del bien para los hombres, que Dios lo utilizó como un apto instrumento evangelizador para transmitir fidelísimamente la doctrina de Jesucristo. Resulta que a Dios le pareció conveniente para los hombres hacer, a través del santo obispo de Hierápolis, obras a su medida, que lógicamente no son explicables para la inteligencia humana sin recurrir a la fuerza de Dios. Como refieren las memorias que San Abercio hizo algunos de esos milagros y los racionalistas no supieron encontrar una explicación a la medida humana, no sólo negaron los milagros afirmando que era una invención, sino que llegaron incluso a negar la existencia de San Abercio. Y total, porque se enfrentó públicamente contra los cultos idolátricos, destrozó los ídolos y salió ileso de su acción cosa que provocó la catequezación y bautismo de muchos; porque dio la vista instantáneamente a una matrona ciega llamada Frigela; porque curó a cantidad de enfermos y lisiados que recurrían a él en demanda de auxilio a entremedias de sus catequesis y porque, sobre todo, expulsaba exitosamente y con relativa frecuencia al demonio de los posesos, entre ellos a la mismísima hija del emperador.



Todo esto les pareció demasiado; a falta de pruebas fehacientes después de dieciséis siglos, dijeron que ni siquiera existió San Abercio, se mofaron de la Iglesia y descansaron tan tranquilos hinchados de razones.



¡Qué lástima —para ellos- que la arqueología de finales del siglo XIX, justo por W. M. Ramsay, haya descubierto cerca de Esmirna y en el lugar del emplazamiento de la antigua Hierápolis la tumba de un tal Abercio, obispo de Hierápolis, cuyo epitafio grabado en piedra y en griego resume la historia del santo!

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