miércoles, 7 de diciembre de 2011

8 de diciembre de 2011 - Inmaculada Concepción de la Virgen María



«He aquí la esclava del señor; hágase en mí según tu palabra»

Lectura del libro del Génesis 3, 9 - 15.20

«Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?” Este contestó: “Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí”.El replicó: “¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?” Dijo el hombre: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí”.Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: “¿Por qué lo has hecho?” Y contestó la mujer: “La serpiente me sedujo, y comí”.


Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”. El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes».


Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12



«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.

A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo».


Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1, 26-38


«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.


Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.


María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,= porque ninguna cosa es imposible para Dios.» =Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel dejándola se fue».



Pautas para la reflexión personal



El vínculo entre las lecturas


La Sagrada Escritura está llena de anuncios, de mensajes de parte de Dios a los hombres. Desde aquel que recibió Abraham, para salir de su tierra o el de la concepción de Isaac por parte de su estéril mujer Sara. Con el pasar del tiempo, a través de la historia de los Patriarcas y los Profetas y hasta el último de los profetas, que será San Juan Bautista; se diría que Dios nunca ha dejado de comunicarse con los hombres. El diálogo entre una humilde doncella de Nazaret y el Arcángel Gabriel cierran y abren una etapa en las relaciones entre Dios y su criatura más amada.


La Anunciación - Encarnación del Verbo en el seno de nuestra Santa Madre es sin lugar a dudas el acontecimiento más importante de toda historia ya que la Reconciliación es el anhelado más profundo de la humanidad desde la caída primigenia (Primera Lectura). San Pablo hace explícito el don que acontece cuando el Verbo asume nuestra naturaleza humana: somos ahora verdaderamente hijos en el Hijo por excelencia (Segunda Lectura).


¿Qué celebramos?



El Evangelio de esta Solemnidad nos relata el momento de la concepción virginal de Jesús en el seno de María. Pero esto no nos debe llevar a confusión: lo que se celebra hoy es la concepción inmaculada de María en el seno de su madre, Santa Ana. Es dogma[1] de fe cristiana, definido por el Beato Papa Pío IX en 1854, que «la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano». Este hecho tiene importantes consecuencias. La más grande la expresa el Catecismo así: «Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida»[2]. En esto ella es del todo singular ya que como leemos en la Sagrada Escritura «el justo cae siete veces al día» (Prv 24,16); es decir todos tenemos sufrimos las consecuencias del pecado original[3].


El Arcángel Gabriel, que fue enviado por Dios a esta humilde virgen de Nazaret llamada María, sabía el contenido del anuncio que le traía y, por tanto, sabía quién era ella; sabía que estaba destinada a ser la Madre de Dios. Por eso, la saluda con veneración y de una manera única en toda la Historia de la Salvación[4]: «llena de gracia».Nosotros no tenemos experiencia de ninguna persona «llena de gracia», es decir, “pura de todo pecado personal”, porque no tenemos experiencia de ninguna persona que haya sido concebida sin el pecado original.


El pecado original es el estado privado de la gracia divina en que es concebido y nace todo ser humano hijo de Adán. Si la persona llega el uso de la razón en este estado, a este pecado se agregan los pecados personales que comete. Esta situación se revierte por el bautismo en el cual se infunde la gracia divina por el don del Espíritu Santo y se perdona todo otro pecado personal que se haya cometido. La persona queda santificada y adoptada como hijo de Dios. Pero el hecho de haber estado privada de la gracia y bajo el dominio del pecado tiene consecuencias. La principal de estas consecuencias recibe el nombre de «concupiscencia». El Catecismo la describe así: «Desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados»[5].


La Virgen María estaba libre de la concupiscencia. Por eso ella siempre cumplía con perfección el Plan amoroso del Padre. Puesta ante diversas alternativas ella siempre optaba por lo más perfecto viviendo de una manera excelsa un verdadero y ejemplar señorío sobre sí misma. Así pues su «hágase» responde a lo que ella es; toda pura e Inmaculada.


Nosotros, en cambio, sentimos el peso de la concupiscencia y puestos ante diversas alternativas, en nuestra opción influye el propio interés, lo más placentero, las envidias, los celos, la mentalidad permisiva que nos rodea y otras pasiones que nos impiden reconocer y actuar según el Plan de Dios. Necesitamos pues colaborar activamente con «la gracia» que se nos da en abundancia para sí poder transformarnos mediante la renovación de nuestra mente, de forma que podamos discernir cuál es el Plan de Dios:«lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (ver Rm 12,2).


«Hágase en mí según tu palabra»


Cuando el Arcángel Gabriel trajo a María el anuncio de que ella concebiría en el seno y daría a luz un hijo y que éste sería «Hijo del Altísimo» e «hijo de David», ciertamente esto cambiaba radicalmente todo lo que ella habría podido imaginar sobre su vida. Ella estaba dispuesta a hacer inmediatamente todo lo que Dios le pidiera. Pero se le presentaba un conflicto: el mismo Dios le inspiraba su estado de virginidad perpetua. Según dice San Pablo, «la mujer virgen se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu» (1Cor 7,34). Este estado convenía a ella. Ella fue la primera mujer en asumirlo deliberadamente.


Por eso es muy importante pregunta que le hace al Arcángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?», que significa: «tengo propósito de virginidad». Su pregunta tiene como finalidad discernir cuál es el Plan de Dios, lo más perfecto. Cuando el Arcángel le explica que no hay conflicto, diciéndole: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti», entonces ella responde inmediatamente: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Como siempre, opta sin reservas por el Plan de Dios. Nadie ha respondido con más prontitud y generosidad que María al llamado que Dios le hizo a colaborar en la salvación del género humano.


«Elegidos para ser santos e inmaculados»



Es muy significativo que la Segunda Lectura de esta Solemnidad nos remita inmediatamente al Plan Dios tiene para toda la humanidad: «Dios Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor». Es decir todos y cada uno estamos llamados a ser santos e inmaculados; ese nuestro verdadero destino; ese el proyecto de Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, San Pablo contempla este Plan refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal,Esposa de Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Una legión de santos y santas en el Señor: este es el maravilloso proyecto de Dios al crear a su hombre a su imagen y semejanza. Una humanidad que pueda, como hijos queridos, estar ante Él sin miedo ni vergüenza; sino confiando plenamente en el designio del Padre. Una humanidad plenamente reconciliada gracias al generoso don que hizo el Hijo al Padre por el Espíritu Santo.


¿Que representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? Fundamentalmente que ella es la adelantada, la primera criatura en la cual se ha realizado plenamente el designio amoroso de nuestro Creador. En la liturgia del día se resalta de bellamente lo que María es: «comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». Ella nos abre el camino y nos garantiza el cumplimiento del Plan de Dios. En Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es llamada «Madre de la Iglesia». Ella intercede amorosamente por cada uno de nosotros para que crezcamos «conformes a su imagen (Jesucristo)» (Rm 8, 29) y seamos así hijos en el Hijo.


Una palabra del Santo Padre:



«Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Qué significa "María, la Inmaculada"? ¿Este título tiene algo que decirnos? La liturgia de hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grandes imágenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a María, la Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías.El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hace comprender que María, la humilde mujer de provincia, que proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrimonio sacerdotal de Israel, es el "resto santo" de Israel, al que hacían referencia los profetas en todos los períodos turbulentos y tenebrosos. En ella está presente la verdadera Sión, la pura, la morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo.



Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la historia, florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen las palabras del salmo: "La tierra ha dado su fruto" (Sal 67, 7). Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio de la historia con Adán y Eva, o durante el período del exilio babilónico, y como parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando Israel se había convertido en un pueblo sin importancia en una región ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad. Dios no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtiéndose en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. María es el Israel santo; ella dice "sí" al Señor, se pone plenamente a su disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios.


La segunda imagen es mucho más difícil y oscura. Esta metáfora, tomada del libro del Génesis, nos habla de una gran distancia histórica, que sólo con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo largo de la historia ha sido posible desarrollar una comprensión más profunda de lo que allí se refiere. Se predice que, durante toda la historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente, es decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero también se anuncia que "el linaje" de la mujer un día vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia que el linaje de la mujer —y en él la mujer y la madre misma— vencerá, y así, mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Iglesia creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este texto, entonces podemos comenzar a comprender qué es el pecado original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa contra este pecado hereditario, qué es la redención».



Benedicto XVI. Homilía en la Inmaculada Concepción de María. 8 de diciembre de 2005


Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana


1. A cada uno de nosotros nos toca decir «sí» a lo largo de nuestra vida. Cada día se nos presenta como una oportunidad para abrirnos al Plan de Dios, aceptarlo y colaborar para que pueda así expandirse su Reino de Amor entre los hombres. Tomemos consciencia de nuestra necesaria docilidad a Dios. María nos enseña con su magnífico ejemplo.



2. Nuestra Madre María nos ayuda a acercarnos confiadamente a su Hijo Jesús. ¿Cuántas veces lo hacemos?



3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 484- 511. 964- 970


[1] Dogma. Verdades contenidas en la Divina Revelación, o verdades con ellas necesariamente conexas, que el Magisterio de la Iglesia, con la autoridad recibida de Jesucristo, propone como obligación de fe (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 88- 90).


[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 493.


[3] «La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra; la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación es sometida «a la servidumbre de la corrupción» (Rm 8, 20). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (270), se realizará: el hombre «volverá al polvo del que fue formado» (Gn 3, 19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad». Catecismo de la Iglesia Católica, 400.


[4] Historia de la Salvación. Es el desarrollo de la acción de Dios a través del tiempo. Sus grandes etapas son el Antiguo, el Nuevo Testamento y la vida de la Iglesia. Seguirá la consumación de la vida eterna.


[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 2515.


*Por favor recen por las intenciones personales de las personas que hacen posible este servicio de fe

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